Iban las damas ataviadas con ricos vestidos de seda al modo de la China antigua, bordados en oro y colores vivos, que al mirarlos semejaban constelaciones trazadas sobre el lienzo de la noche. Sobre sus pechos llevaban, cual divisa caballeresca, las chapas del caballero Superdavitm, que a guisa de estandarte proclamaban su lealtad y pertenencia al multiverso.
Entraron primeramente al photocall alfombrado, donde los destellos de luz y los vítores del gentío parecían los clarines y trompetas de corte real. Luego pasaron al gran salón, donde se proyectó la historia de los nuevos discípulos, que en esta leyenda heredaban la sabiduría de maestros antiguos. Fue la cinta menos de combate que de enseñanza, menos de fuerza que de espíritu, y así conmovió hondamente a quienes la vieron.
Finalizada la proyección, se allegaron las damas al cóctel metaversal, que más semejaba cortejo cortesano que banquete digital. Allí, entre músicas y luces, hablaron de lo visto: Doña Ma Vaz señaló el riesgo de hacer de la nostalgia costumbre; Doña Victoria ponderó la nobleza del gesto sencillo; Doña Clara halló emoción en los vínculos humanos; y Doña Vanessa, portavoz y cronista, proclamó que lo más valioso de estas gestas es compartirlas en comunidad.
Y así quedó registrado que, aunque fuese evento virtual, se vivió como si de torneo y fiesta real se tratase, quedando para siempre en las crónicas del multiverso caballeresco de Superdavitm.